viernes, 5 de julio de 2013

LOS NIÑOS


No puedo adivinar como lo saben, ni que oculta razón  les desliza hacia el futuro, pero los perros viajan en el tiempo y conocen la hora en que  llegan los niños.
Hay todo un ceremonial en el momento en que aterrizan, se despliegan en abanico hacia la puerta, respiran agitados, olfatean el aire, aguardan el sonido, levantan la trufa electrizados, acechan atentos, buscando,
van y vienen intranquilos y con mirada solemne reprochan mi ignorancia. Algún que otro quejido, un trino apagado, un breve ladrido escapa, la espera se eterniza y cada minuto se alarga varios siglos. 
Del aeropuerto a casa hay un buen trecho, es un destino tan largo como el propio viaje; desembarcan los últimos con la azafata, esperan el equipaje, su padre o algún adulto debe recogerlos. Se triplica el tiempo en casa y ya es imposible retenerlos.

Algo extraordinario sucede, a través de ellos asoma  la dicha que se acerca, percibo luz en su sonora espera.

¡Hay tanto dolor en mi, tanta nostalgia!

Se que en estas fechas cierran las escuelas, suelen venir en estos días como ráfagas de lluvia fresca, traen en sus bolsillos las sonrisas mas bellas, todo el azul del cielo de verano, toda la alegría condensada en sus labios. La vida entera asoma con ternura por su cuerpo ágil. Y yo, a su lado, recibo el canto, bailo sus palabras.  Desnuda de tristeza, suelto mi bandera al viento y corro a buscarles.

Suena el teléfono
-         ¡Sorpresa!
-         Lo se, están aquí los niños
-         ¿Quién te lo ha dicho?
-         Los perros



¿Cómo es posible? Lo ignoro pero lo saben, siempre lo saben, siempre.

















Los gatos observan impasibles este ajetreo desde la majestuosa quietud de su reposo, huyen del escándalo, el ruido de los niños les espanta. Emigran a cotas mas tranquilas, se apartan, se sumergen  en los armarios, bajo la cama, en algún recoveco inexpugnable y no asoman hasta que la calma, vestida de dulzura, regresa a casa.

Quizá, cuando la orilla oscura de la noche nos congregue alrededor de la mesa,  atareados con los platos, con los perros tranquilos, ya sosegados y cansados por el maravilloso día, aparezcan los gatos, sobrios, silenciosos, indulgentes, buscando por fin una caricia y la grata compañía de los que estamos cenando.





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