miércoles, 11 de enero de 2012

VOLVER A CASA

Galopa el alba por el horizonte y una llama de luz toca el paisaje oscuro. No puede esperar la niebla ni un segundo para derramarse entera en nuestro espacio. Luego viene la ventisca vestida de silbidos infernales y cruza el cielo con impetuosas rachas y sin darse tregua, el sol resurge de entre la espesa maraña blanca.

Acude el mediodía a rescatarnos del mal trago. Se ha calmado la tierra enlutada y el frío, ahora, nos muerde más despacio.

Pinos, robles, encinas, rocas y fragancias se despliegan y extienden innumerables veces por nuestro costado.

Tanto invierno, tanta belleza ahogada en la agonía, tanto miedo en mi garganta.

Pasamos el día errando, buscando el camino perdido, sin encontrarlo. Andamos, corremos, nos apoyamos, se crecen para darme ánimo, pero es en vano.

Ellos en cambio no sienten la espesura, se jactan de ir a mi lado, si van conmigo no puede ocurrir nada malo. Con esta actitud provocan el milagro. Un minúsculo riachuelo de barro nos integra en sus faldas.

Dan las tantas de la madrugada cuando entramos en casa. Los gatos esperan, impacientes,  y perciben lo muy cansados que estamos. Si, muy cansados.









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