miércoles, 24 de noviembre de 2010

EL MOSQUITO



Màgic esta en la cama conmigo, escondido bajo las sabanas tibias, apretado en mi vientre. Su suave ronroneo llega a mis oídos a través de la noche dormida.


Bimba anda sobre mis muslos como una acróbata y circula por mi contorno, así propaga su juego favorito; amasar y masajear mi cuerpo mientras derrama su voz grave en las tinieblas.

No extiendo un solo músculo, apenas respiro, no quiero moverme por no interrumpir este solemne momento compartido.

Entonces, zumbando, llega un mosquito. Aparca en la pared y acecha.
Salen los gatos de su ensueño.
Atentos se arquean, estallan, entonan su canción de guerra y luto y se precipitan contra el muro blanco, saltan sobre mis rodillas, caen a peso en mi frente, rebotan, arden, se hunden en mi tripa y obstinados ascienden en vertical hacia la nada.

Del mosquito queda un eco cerrado,  un mancharrón parduzco en la pared como mortaja.
Orgullosos de su hazaña, vienen a recostarse en mi regazo.

-Me habéis apaleado, me habéis roto.

Hundo mis dedos en sus cuerpos etéreos, les acaricio y empezamos a navegar de nuevo hacia la noche en calma








viernes, 5 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE 2010

Desata el mar su larga cabellera y abre la arena sus manos encendidas. Andamos la orilla del otoño. Surcamos el vientre de las olas. Viramos hacia el invierno. Aquí esta el camino que nos guía. Aquí nuestra patria es fuerza. Todo el universo cabe en esta playa simple.



Nos nace un hambre leonina y no tenemos que echarnos a la boca, ni una triste manzana. Corremos formando un nudo de pasos galopantes, para entrar en tropel  en la despensa de casa. Les sirvo unas golosinas que comparten sin apenas saborearlas. Yo me preparo una ensalada con  atún para ir agilizando. Las uñas de Mágic asoman de la nada y me roba  una hoja de lechuga, la masca y la escupe al suelo, mientras me agacho a recogerla, Bimba asalta el plato, birla el atún y escapa.
 Mis gatos trabajan en equipo y al instante han desaparecido, escondidos bajo una cama o quizá en el altillo, entregados al gozo de saberse truhanes. Poco a poco irán asomando, se acercaran ronroneando y a modo de disculpa frotaran sus cabezas contra mis brazos.
Y estarán perdonados.